LA MANCHA MONGÓLICA

LA MANCHA MONGÓLICA

Acabo de terminar de leer La vegetariana de Han Kang, una novela con una protagonista fascinante: Yeonghye. Ya el hecho de que pueda escribir su nombre sin ir a buscarlo en el libro significa que es un personaje que se quedó conmigo. De Yeonghye podría contar muchas cosas, pero empezaré por decirles que tiene una mancha mongólica arriba de la nalga. Al parecer, es una mácula de color azul verdoso frecuente en los bebés, una marca de nacimiento que, con el tiempo, se desvanece. Pero en Yeonghye no. A ella se le queda.

Los que hemos teorizado sobre la construcción de historias y la escritura sabemos que un héroe debe ser singular, poseer una característica física que lo distinga. Se le llama la marca del héroe. Un rasgo que no solo lo diferencia, sino que lo define. Pensemos en Quasimodo, el campanero de Notre Dame, cuya joroba es su tragedia y su identidad; o en el capitán Ahab, con su pierna de marfil, herida y obsesión en una sola imagen. Estos héroes son inconfundibles porque su marca física es también el síntoma de su conflicto interno.

Las diferencias físicas nos delatan. Nos vuelven visibles. Pero a menudo, en lugar de aceptarlas, las combatimos. Me imagino lo difícil que es llevar una nariz aguileña o cargar con una copa D a los 15 años. La inclinación natural es buscar la armonía, moldearse hacia un ideal de belleza. Cirugía plástica, bótox, láser. Técnicas que borran sin dejar rastro. Pero, ¿acaso no es un acto radical renunciar a nuestra diferencia? ¿No es, en cierto modo, rechazar la posibilidad de ser un personaje? Tal vez los especialistas deberían hacer firmar un consentimiento en el que las personas acepten que, al modificar su rasgo singular, están renunciando a su posibilidad de trascendencia. Porque para ser un personaje, hay que aprender a lidiar con la incomodidad. A ser diferentes. A tener algo chueco.

Borges decía que “la belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica”. Y tal vez la clave esté en el misterio, en lo que se sale de la norma y deja huella. Nabokov, por su parte, defendía que un buen escritor es aquel que logra fijar en la memoria de su lector un rasgo, una imagen imborrable. Cuántas mujeres de las que he admirado su belleza me he olvidado, pero Yeonghye, con su mancha mongólica intacta, se queda conmigo.

Si te ha intrigado este personaje y quieres leer La Vegetariana de Han Kang, puedes encontrar el libro aquí: La Vegetariana, Han Kang.

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